Operación «Web»: Cómo Ucrania destruyó 41 bombarderos rusos con IA y drones

En la madrugada del 1 de junio de 2025, mientras Moscú preparaba su delegación para las conversaciones de paz programadas en Estambul, Ucrania ejecutó la operación de sabotaje más sofisticada del siglo XXI. La Operación «Web» no solo destruyó más de 40 bombarderos estratégicos rusos en territorio profundo, sino que marcó el momento en que la inteligencia artificial dejó de ser una promesa futurista para convertirse en una realidad letal en el campo de batalla.

La arquitectura del engaño digital

Durante 18 meses, el Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU) tejió meticulosamente una red de operaciones encubiertas que combinaba espionaje clásico con tecnología de vanguardia. Según reporta CNN, la operación comenzó con una premisa aparentemente simple: si no puedes llegar a los objetivos desde fuera, colócate dentro del territorio enemigo.

Los ingenieros ucranianos desarrollaron un sistema de infiltración que habría impresionado a los estrategas de la Guerra Fría. Camiones comerciales modificados transportaron cabinas de madera equipadas con techos retráctiles que ocultaban enjambres de drones FPV (First-Person View). Estos vehículos, indistinguibles de cualquier transporte civil, cruzaron miles de kilómetros del territorio ruso cargando lo que se convertiría en la pesadilla de la aviación estratégica del Kremlin.

Cada cabina estaba equipada con paneles fotovoltaicos para mantener las baterías cargadas durante el largo viaje y sistemas de comunicación satelital para recibir la orden de ataque. Pero lo más revolucionario era el cerebro artificial que controlaba cada drone: algoritmos de inteligencia artificial entrenados específicamente para reconocer y atacar bombarderos soviéticos.

El entrenamiento de una IA asesina

Aquí es donde la operación adquiere tintes casi cinematográficos. Para entrenar sus algoritmos de reconocimiento, los técnicos ucranianos utilizaron escaneos 3D de bombarderos Tu-95 y Tu-22 del Museo de Aviación de Poltava. Miles de imágenes de estos aviones, tomadas desde todos los ángulos posibles, fueron introducidas en redes neuronales YOLOv7 que aprendieron a identificar no solo el tipo de aeronave, sino sus puntos más vulnerables.

La IA fue programada para reconocer específicamente los pilones subalares donde se montan los misiles Kh-101, los tanques de combustible de los Tu-95MS y las tomas de aire de los Tu-160. Esta precisión quirúrgica permitía que cada drone de 600 euros pudiera incapacitar bombarderos valorados en más de 100 millones de dólares.

Como informa Defense Update, se trataba del primer sistema autónomo de combate desplegado en el conflicto, capaz de detectar, elegir y atacar objetivos sin intervención humana directa. Los drones operaban con algoritmos de toma de decisiones distribuidas, lo que significa que podían coordinar sus ataques incluso si perdían comunicación con sus operadores.

Geografía de la destrucción

El alcance geográfico de la operación desafió todas las concepciones previas sobre la proyección de poder militar. Según The Economic Times, los objetivos se extendían a lo largo de cinco husos horarios diferentes, desde Siberia hasta el Círculo Polar Ártico:

Base Aérea de Belaya (Irkutsk): Ubicada a 4.300 kilómetros de Ucrania, en plena Siberia, albergaba bombarderos Tu-95MS capaces de portar armas nucleares.

Olenya (Murmansk): En el extremo norte de Rusia, cerca del Círculo Polar Ártico, a más de 2.000 kilómetros de la frontera ucraniana, esta base operaba aviones de alerta temprana A-50U.

Dyagilevo (Ryazan): Centro de entrenamiento para bombarderos estratégicos, ubicado a 520 kilómetros de Ucrania.

Ivanovo Severny: Base de transporte militar situada a más de 800 kilómetros de la frontera.

Ukrainka (Amur): Base estratégica en el Extremo Oriente ruso.

La selección de estos objetivos no fue casual. Estas instalaciones constituían la columna vertebral de la aviación estratégica rusa, responsable de los bombardeos sistemáticos contra ciudades ucranianas y portadora de una parte significativa de la triada nuclear rusa.

El momento de la verdad: Sincronización letal

A las 04:30 hora local del 1 de junio, una señal remota activó simultáneamente los mecanismos de apertura en docenas de camiones distribuidos por el territorio ruso. Los techos de las cabinas de madera se abrieron como flores mecánicas mortales, liberando 117 drones FPV que se dirigieron hacia sus objetivos preestablecidos.

Como detalla NDTV, la coordinación del ataque representó un salto cualitativo en la guerra de enjambres. Los drones no operaban de forma independiente, sino como una red neuronal distribuida capaz de tomar decisiones colectivas y adaptar sus tácticas en tiempo real. Cuando las defensas rusas intentaban interceptar algunos drones, otros aprovechaban la distracción para alcanzar sus objetivos primarios.

Cada drone llevaba una cabeza de guerra PG-7VL capaz de penetrar 500 mm de acero blindado, suficiente para atravesar el fuselaje de cualquier bombardero y alcanzar sistemas críticos como tanques de combustible o motores. Pero la verdadera arma no era el explosivo, sino la inteligencia artificial que guiaba cada impacto con precisión milimétrica.

Devastación estratégica: El inventario de la destrucción

Los resultados fueron catastróficos para la aviación rusa. Según Business Standard, la operación destruyó o incapacitó:

  • 23 bombarderos Tu-95MS «Bear»: Plataformas nucleares estratégicas
  • 11 bombarderos Tu-22M3 «Backfire»: Aviones de ataque de largo alcance
  • 5 bombarderos supersónicos Tu-160 «Blackjack»: Los más avanzados de Rusia
  • Al menos 2 aviones de alerta temprana A-50U «Mainstay»: Sistemas irreemplazables

El daño económico se estimó en más de 7.000 millones de dólares, pero el impacto estratégico fue incalculable. Rusia perdió de un solo golpe el 34% de su capacidad de ataque estratégico, incluyendo plataformas nucleares que tardará años en reemplazar, si es que puede hacerlo.

El factor humano en la Guerra Digital

Detrás de la sofisticación tecnológica había un elemento humano extraordinario que reveló la verdadera dimensión de la operación. Cada uno de los 117 drones tenía su propio piloto, operando desde ubicaciones seguras pero coordinando sus acciones como una orquesta sinfónica de destrucción.

Más impresionante aún fue la red de agentes que hizo posible la operación. Personal ucraniano había estado viviendo y operando en territorio ruso durante más de un año, preparando la logística, identificando rutas, y posicionando los equipos. Como revela Wikipedia, el presidente Zelensky confirmó que la operación fue «extremadamente compleja» y requirió supervisión personal durante 18 meses.

Todos estos agentes fueron evacuados exitosamente antes de que Rusia pudiera reaccionar, demostrando un nivel de planificación y ejecución que rivaliza con las operaciones más sofisticadas de agencias de inteligencia occidentales.

Vulnerabilidades expuestas: El fallo de la defensa rusa

La operación expuso vulnerabilidades críticas en el sistema de defensa ruso que van más allá de lo militar. A pesar de poseer algunos de los sistemas antiaéreos más avanzados del mundo, incluidos los S-400 y S-350, Rusia no pudo prevenir que drones relativamente simples penetraran miles de kilómetros en su territorio.

Los análisis posteriores revelaron varios puntos de fallo:

Puntos ciegos de radar: Los sistemas Pantsir-S1 y Tor-M2U no detectaron drones volando por debajo de 50 metros de altitud.

Saturación de SIGINT: El SBU utilizó terminales Starlink comerciales para comunicaciones cifradas, evadiendo la interceptación rusa.

Latencia de respuesta: Las fuerzas rusas tardaron 18 minutos en activar sistemas de guerra electrónica, tiempo más que suficiente para que los drones completaran sus misiones.

Implicaciones geopolíticas: Redefiniendo el equilibrio de poder

La Operación «Web» llegó en un momento estratégicamente calculado: apenas 24 horas antes de las conversaciones de paz programadas en Estambul. Este timing no fue coincidencial. Ucrania envió un mensaje inequívoco sobre sus capacidades y su posición negociadora.

Para Rusia, la operación representó algo más que una pérdida militar; fue un «Pearl Harbor» tecnológico que demostró que su territorio profundo ya no era inviolable. La pérdida de bombarderos nucleares estratégicos debilitó uno de los pilares fundamentales de la triada nuclear rusa, afectando su capacidad de disuasión global.

El nuevo paradigma: Lecciones para el futuro

La Operación «Web» estableció varios precedentes que redefinirán la guerra moderna:

Democratización de la Tecnología Letal: La inteligencia artificial y los drones avanzados ya no son monopolio de las superpotencias. Países más pequeños pueden desarrollar capacidades asimétricas devastadoras utilizando tecnología comercial y algoritmos de código abierto.

Asimetría de Costos Extrema: Drones de 600 euros neutralizando bombarderos de 100 millones representa una revolución en la economía militar que obligará a repensar las inversiones en defensa.

Obsolescencia de las Defensas Estáticas: Las bases aéreas tradicionales, diseñadas para amenazas del siglo XX, se mostraron vulnerables a tácticas distribuidas del siglo XXI.

Importancia de la Paciencia Estratégica: El éxito dependió tanto de la tecnología como de una planificación meticulosa durante 18 meses, demostrando que la paciencia estratégica puede ser tan letal como la superioridad tecnológica.

La Telaraña del futuro

La Operación «Web» será recordada como el momento en que la guerra de drones alcanzó su mayoría de edad y la inteligencia artificial se convirtió en un actor autónomo en el campo de batalla. Combinando inteligencia humana, innovación tecnológica y audacia estratégica, Ucrania logró lo que muchos consideraban imposible: proyectar poder devastador a miles de kilómetros usando tecnología relativamente accesible.

Más allá de su impacto inmediato en el conflicto ruso-ucraniano, esta operación estableció un nuevo paradigma que influirá en los conflictos futuros. En una era donde la tecnología evoluciona más rápido que las doctrinas militares, la Operación «Web» demostró que la creatividad y la determinación pueden superar las ventajas tradicionales de tamaño y recursos.

El mensaje es inequívoco: en el campo de batalla del siglo XXI, una telaraña bien tejida puede ser más poderosa que el martillo más grande. Y cuando esa telaraña está guiada por inteligencia artificial, las reglas del juego cambian para siempre.

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